Los nombres de mujer en el Ejército en Salamanca
Ingenieras militares, con bagaje en misiones y puestos de mando, hablan: “La mayor aportación de la mujer a las Fuerzas Armadas es el hecho que nos diferencia: cualidades organizativas, conciliadoras, sensibilidad y empatía”
Noelia Burcio, Cristina Ramos y Sofía Monroy, ingenieras militares del Regimiento de Salamanca. | almeida
Setenta kilómetros de carrera por la zona más árida de
Almería. “La Desértica” es una las carreras legionarias de ultrafondo más duras
de España, con una brutal exigencia física pero sobre todo mental. Para las
cabos primero Sofía Monroy y Noelia Burcio, de 43 y 42 años, del Regimiento de
Ingenieros de Salamanca, no hay reto insuperable. El pasado fin de semana los
50,5 kilómetros de la carrera “Cuna de la Legión” en Ceuta seguro les supieron
a poco, tras “La Desértica”. Estas compañeras iniciaron carrera militar hace
dos décadas compartiendo habitación con literas en el Arroquia. Por entonces
pocas mujeres pisaban los cuarteles. A las puertas del Día de la Mujer
Trabajadora y 30 años después de la incorporación de la mujer al Ejército, tres
militares ingenieras nos hablan de lo que supone la presencia femenina en las
Fuerzas Armadas.
“Cuando yo vine éramos unas treinta mujeres. Había muy
poquitas. Mi padre me decía que dónde iba con veinte años. Sí que es verdad que
al principio los hombres no sabían cómo tratarte y estaban a la expectativa,
pero poco a poco se fueron adaptando. Yo era la única de una sección pero el
trato siempre fue impecable, nunca he tenido problemas con los compañeros de la
sección”, relata Monroy, experta en el manejo de todo tipo de vehículos y
maquinarias, desde autobuses, camiones con remolque, volquetes con arena... No
hay carné de conducir que se le resista. Zamorana de nacimiento, atraída por
esos anuncios que escuchaba en la radio, se animó a inscribirse en el Ejército.
“Al principio no sabía si me adaptaría a la disciplina militar pero fue bien
porque soy bastante tranquila. Soy muy sacrificada, me gusta el compañerismo y
vine al Regimiento de Ingenieros con la plaza. Sabía que se salía mucho de
misión y que tenía opciones de conducir vehículos y máquinas”, cuenta la cabo
primero que ya ha logrado la permanencia y se siente feliz con su “familia
militar”. Eso sí, no descarta cambiar de destino y conocer otra unidad.
“Me sorprende que en 30 años una institución tan masculina
como el Ejército se haya adaptado tan bien al cambio y a la llegada de la
mujer”, opina su compañera Noelia Burcio, cacereña y militar vocacional con
cinco misiones en su currículum, que tiene claro que la “mayor” aportación de
las mujeres en 30 años en las Fuerzas Armadas es el hecho que las diferencia:
“Son nuestras cualidades organizativas, conciliadoras, la sensibilidad, la
empatía... El Ejército no tenía el punto de vista que teníamos nosotras. Le
hemos aportado lo que les faltaba a ellos”, responde la cabo primero que
defiende el trato recibido por el personal más veterano. “Algunos llevaban 40
años de carrera militar sin mujeres y los dos últimos años cuando llegamos
nosotras se adaptaron muy bien. Es cierto que no sabían cómo tratarnos y tenían
un cuidado tremendo. Nunca he vivido algún episodio en el que me haya sentido
discriminada o incómoda”, responde la ingeniera militar de Carcaboso que ha
acudido a misiones en Kosovo, el tsunami de Indonesia, el terremoto de
Pakistán, y las últimas en Afganistán e Irak.
“No tengo que ser como un hombre, pero eso sí, tengo que
llegar donde llegan ellos. Para eso me tocará entrenar más o ingeniármelas. Y
ellos llegar donde llego yo”, subraya. Tras cinco años montando puentes, y
otros tantos en obras en el batallón de Caminos, ahora ha pasado a asuntos
institucionales y protocolo, pero tiene muy claro que su mochila la lleva ella:
“Igual tardo dos minutos más en mover una pieza porque pesa pero nunca he
dejado que me la lleven. Es cierto que el nuestro es un trabajo muy físico,
sobre todo duro cuando montamos puentes, pero entrenaba mucho más para hacer lo
mismo que un hombre”.
En las diferentes secciones y batallones del Regimiento de
Ingenieros de Salamanca impera la jerarquía militar y no el sexo: “El que manda
no es una mujer, sino una teniente o cabo primero”, matiza Noelia Burcio, que
ha sido jefa de pelotón. “Hay gente que no le gusta que le mande, pero no por
ser mujer sino porque no le gusta que le mande nadie. No ha sido por un tema de
género”.
“Cuando yo vine éramos unas 30 mujeres. Al principio no
sabían cómo tratarte pero se adaptaron bien”
Su compañera, la teniente Cristina Ramos, forma parte del
Regimiento REI 11 desde hace 16 años. Esta criminóloga salmantina ejerce en la
actualidad de jefa accidental de la compañía de la plana mayor de servicios del
batallón de Castrametación. Ya en su primera misión en Afganistán en 2005, tan
sólo 20 días después de haber llegado de la academia de Zaragoza, se encargó de
mandar la sección de electricistas y fontaneros. “Tenía profesionales muy bien
preparados. Sabían lo que tenían que hacer y funcionó todo muy bien”, destaca
la teniente que pasó dos veces por Afganistán, ha estado en Hoyo de Manzanares
en dos comisiones de servicio formando a tropa y acudió a los incendios de
Galicia con la sección de ingenieros para preparar cortafuegos.
“No tengo que ser como un hombre, pero sí tengo que llegar
donde llegan ellos. Para eso me toca entrenar más”
“Aquí no hay que demostrar más por ser mujer. Se valoran las
acciones de la persona”, responde la ingeniera militar, para quien la presencia
de la mujer en las Fuerzas Armadas “aporta una normalización de la sociedad”.
Ramos se queja de la imagen distorsionada que se tiene fuera de lo que se hace
en el Ejército: “Nosotras hacemos las marchas, las pruebas de unidad, vamos al
tiro todos juntos. No hay división en cuestión de género y hay mandos tanto
masculinos como femeninos”.
Para Cristina Ramos la experiencia más satisfactoria ha sido
“conocer a gente con mucha profesionalidad”. “El compañerismo es el mejor valor
aquí, además de la educación y la disciplina”, responde la teniente que entró
en tropa “para probar” y ahora no concibe su vida sin el Ejército.
Lo mismo les pasa a las cabos primero Monroy y Burcio,
orgullosas de ponerse cada día el uniforme militar, que coinciden en que lo
mejor de su trayectoria ha sido “salir de misión”.
“Aquí impera la jerarquía no el sexo. El que manda no es una
mujer sino una teniente o una cabo primero”
“Es todo lo que se crea cuando vas de misión. El
compañerismo, el sacrificio... nunca llegas a saber todo lo que el cuerpo
aguanta. Me gustan los retos, las carreras de ultrafondo y soy muy optimista”,
confiesa Sofía Monroy, que con una hija de ocho años ha podido disfrutar de la
conciliación tanto con flexibilidad horaria como con reducción de jornada, algo
que hace años no existía. “He tenido compañeras que no la han podido disfrutar
y no cabe duda de que es un avance”, destaca.
A Noelia Burcio todas las misiones, “hasta la peor de todas”,
le han aportado una gran experiencia vital, sobre todo a la hora de convivir
con otras personas y otras culturas. “En Afganistán registraba a las mujeres
civiles que entraban a la base a trabajar. Pasaba el detector de metales a
mujeres con burka dos o tres veces al día y eso tiene un peso psicológico
porque tienes miedo. Unas misiones son duras en ese sentido, pero las de ayuda
humanitaria te hacen valorar muchísimo más lo que más tienes”, reconoce la
ingeniera militar que no olvida esas navidades en un país devastado por el
tsunami como Indonesia.
La diferencia por género se diluye aún más cuando los
militares acuden a una misión. “Cuando fuimos a Besmayah, en Irak, a construir
la Base Gran Capitán, los ingenieros éramos los últimos en alojarnos y
estábamos en tiendas. A nosotras nos ofertaron vivir donde estaban las otras
mujeres y preferimos quedarnos en las tiendas con nuestra unidad. Quieres estar
con tu gente. Al final sufres lo mismo y es lo que te une y te hace más
llevadera la misión”, relata la cabo primero cacereña, que recuerda como una mera
anécdota el hecho de tener que compartir las instalaciones de baños y duchas
con los hombres. “Se normaliza tanto que nadie tiene en cuenta nada”.
El hecho de ser militar y mujer tan sólo les chocaba a los
proveedores iraquíes musulmanes con los que estas ingenieras militares
salmantinas tenían que tratar a diario de tú a tú. “Se extrañaban por tener que
negociar con mujeres, algo que en su cultura es impensable, y no les gustaba
porque nosotras somos más inflexibles que los hombres”, revelan entre risas. Es
tiempo de las mujeres, como dice la campaña estatal para el 8M. También en el
Ejército.
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