LA MUJER EN LA HISTORIA MILITAR

LA MUJER EN LA HISTORIA MILITAR
Damas Legionarias

viernes, 8 de marzo de 2019

CUATRO MUJERES SOLDADO HABLAN SOBRE LA VIDA DE LA MUJER EN EL EJÉRCITO

Los nombres de mujer en el Ejército en Salamanca

Ingenieras militares, con bagaje en misiones y puestos de mando, hablan: “La mayor aportación de la mujer a las Fuerzas Armadas es el hecho que nos diferencia: cualidades organizativas, conciliadoras, sensibilidad y empatía”

Noelia Burcio, Cristina Ramos y Sofía Monroy, ingenieras militares del Regimiento de Salamanca. | almeida

Setenta kilómetros de carrera por la zona más árida de Almería. “La Desértica” es una las carreras legionarias de ultrafondo más duras de España, con una brutal exigencia física pero sobre todo mental. Para las cabos primero Sofía Monroy y Noelia Burcio, de 43 y 42 años, del Regimiento de Ingenieros de Salamanca, no hay reto insuperable. El pasado fin de semana los 50,5 kilómetros de la carrera “Cuna de la Legión” en Ceuta seguro les supieron a poco, tras “La Desértica”. Estas compañeras iniciaron carrera militar hace dos décadas compartiendo habitación con literas en el Arroquia. Por entonces pocas mujeres pisaban los cuarteles. A las puertas del Día de la Mujer Trabajadora y 30 años después de la incorporación de la mujer al Ejército, tres militares ingenieras nos hablan de lo que supone la presencia femenina en las Fuerzas Armadas.

“Cuando yo vine éramos unas treinta mujeres. Había muy poquitas. Mi padre me decía que dónde iba con veinte años. Sí que es verdad que al principio los hombres no sabían cómo tratarte y estaban a la expectativa, pero poco a poco se fueron adaptando. Yo era la única de una sección pero el trato siempre fue impecable, nunca he tenido problemas con los compañeros de la sección”, relata Monroy, experta en el manejo de todo tipo de vehículos y maquinarias, desde autobuses, camiones con remolque, volquetes con arena... No hay carné de conducir que se le resista. Zamorana de nacimiento, atraída por esos anuncios que escuchaba en la radio, se animó a inscribirse en el Ejército. “Al principio no sabía si me adaptaría a la disciplina militar pero fue bien porque soy bastante tranquila. Soy muy sacrificada, me gusta el compañerismo y vine al Regimiento de Ingenieros con la plaza. Sabía que se salía mucho de misión y que tenía opciones de conducir vehículos y máquinas”, cuenta la cabo primero que ya ha logrado la permanencia y se siente feliz con su “familia militar”. Eso sí, no descarta cambiar de destino y conocer otra unidad.

“Me sorprende que en 30 años una institución tan masculina como el Ejército se haya adaptado tan bien al cambio y a la llegada de la mujer”, opina su compañera Noelia Burcio, cacereña y militar vocacional con cinco misiones en su currículum, que tiene claro que la “mayor” aportación de las mujeres en 30 años en las Fuerzas Armadas es el hecho que las diferencia: “Son nuestras cualidades organizativas, conciliadoras, la sensibilidad, la empatía... El Ejército no tenía el punto de vista que teníamos nosotras. Le hemos aportado lo que les faltaba a ellos”, responde la cabo primero que defiende el trato recibido por el personal más veterano. “Algunos llevaban 40 años de carrera militar sin mujeres y los dos últimos años cuando llegamos nosotras se adaptaron muy bien. Es cierto que no sabían cómo tratarnos y tenían un cuidado tremendo. Nunca he vivido algún episodio en el que me haya sentido discriminada o incómoda”, responde la ingeniera militar de Carcaboso que ha acudido a misiones en Kosovo, el tsunami de Indonesia, el terremoto de Pakistán, y las últimas en Afganistán e Irak.

“No tengo que ser como un hombre, pero eso sí, tengo que llegar donde llegan ellos. Para eso me tocará entrenar más o ingeniármelas. Y ellos llegar donde llego yo”, subraya. Tras cinco años montando puentes, y otros tantos en obras en el batallón de Caminos, ahora ha pasado a asuntos institucionales y protocolo, pero tiene muy claro que su mochila la lleva ella: “Igual tardo dos minutos más en mover una pieza porque pesa pero nunca he dejado que me la lleven. Es cierto que el nuestro es un trabajo muy físico, sobre todo duro cuando montamos puentes, pero entrenaba mucho más para hacer lo mismo que un hombre”.

En las diferentes secciones y batallones del Regimiento de Ingenieros de Salamanca impera la jerarquía militar y no el sexo: “El que manda no es una mujer, sino una teniente o cabo primero”, matiza Noelia Burcio, que ha sido jefa de pelotón. “Hay gente que no le gusta que le mande, pero no por ser mujer sino porque no le gusta que le mande nadie. No ha sido por un tema de género”.
“Cuando yo vine éramos unas 30 mujeres. Al principio no sabían cómo tratarte pero se adaptaron bien”

Su compañera, la teniente Cristina Ramos, forma parte del Regimiento REI 11 desde hace 16 años. Esta criminóloga salmantina ejerce en la actualidad de jefa accidental de la compañía de la plana mayor de servicios del batallón de Castrametación. Ya en su primera misión en Afganistán en 2005, tan sólo 20 días después de haber llegado de la academia de Zaragoza, se encargó de mandar la sección de electricistas y fontaneros. “Tenía profesionales muy bien preparados. Sabían lo que tenían que hacer y funcionó todo muy bien”, destaca la teniente que pasó dos veces por Afganistán, ha estado en Hoyo de Manzanares en dos comisiones de servicio formando a tropa y acudió a los incendios de Galicia con la sección de ingenieros para preparar cortafuegos.
“No tengo que ser como un hombre, pero sí tengo que llegar donde llegan ellos. Para eso me toca entrenar más”

“Aquí no hay que demostrar más por ser mujer. Se valoran las acciones de la persona”, responde la ingeniera militar, para quien la presencia de la mujer en las Fuerzas Armadas “aporta una normalización de la sociedad”. Ramos se queja de la imagen distorsionada que se tiene fuera de lo que se hace en el Ejército: “Nosotras hacemos las marchas, las pruebas de unidad, vamos al tiro todos juntos. No hay división en cuestión de género y hay mandos tanto masculinos como femeninos”.
Para Cristina Ramos la experiencia más satisfactoria ha sido “conocer a gente con mucha profesionalidad”. “El compañerismo es el mejor valor aquí, además de la educación y la disciplina”, responde la teniente que entró en tropa “para probar” y ahora no concibe su vida sin el Ejército.
Lo mismo les pasa a las cabos primero Monroy y Burcio, orgullosas de ponerse cada día el uniforme militar, que coinciden en que lo mejor de su trayectoria ha sido “salir de misión”.
“Aquí impera la jerarquía no el sexo. El que manda no es una mujer sino una teniente o una cabo primero”

“Es todo lo que se crea cuando vas de misión. El compañerismo, el sacrificio... nunca llegas a saber todo lo que el cuerpo aguanta. Me gustan los retos, las carreras de ultrafondo y soy muy optimista”, confiesa Sofía Monroy, que con una hija de ocho años ha podido disfrutar de la conciliación tanto con flexibilidad horaria como con reducción de jornada, algo que hace años no existía. “He tenido compañeras que no la han podido disfrutar y no cabe duda de que es un avance”, destaca.
A Noelia Burcio todas las misiones, “hasta la peor de todas”, le han aportado una gran experiencia vital, sobre todo a la hora de convivir con otras personas y otras culturas. “En Afganistán registraba a las mujeres civiles que entraban a la base a trabajar. Pasaba el detector de metales a mujeres con burka dos o tres veces al día y eso tiene un peso psicológico porque tienes miedo. Unas misiones son duras en ese sentido, pero las de ayuda humanitaria te hacen valorar muchísimo más lo que más tienes”, reconoce la ingeniera militar que no olvida esas navidades en un país devastado por el tsunami como Indonesia.

La diferencia por género se diluye aún más cuando los militares acuden a una misión. “Cuando fuimos a Besmayah, en Irak, a construir la Base Gran Capitán, los ingenieros éramos los últimos en alojarnos y estábamos en tiendas. A nosotras nos ofertaron vivir donde estaban las otras mujeres y preferimos quedarnos en las tiendas con nuestra unidad. Quieres estar con tu gente. Al final sufres lo mismo y es lo que te une y te hace más llevadera la misión”, relata la cabo primero cacereña, que recuerda como una mera anécdota el hecho de tener que compartir las instalaciones de baños y duchas con los hombres. “Se normaliza tanto que nadie tiene en cuenta nada”.
El hecho de ser militar y mujer tan sólo les chocaba a los proveedores iraquíes musulmanes con los que estas ingenieras militares salmantinas tenían que tratar a diario de tú a tú. “Se extrañaban por tener que negociar con mujeres, algo que en su cultura es impensable, y no les gustaba porque nosotras somos más inflexibles que los hombres”, revelan entre risas. Es tiempo de las mujeres, como dice la campaña estatal para el 8M. También en el Ejército.













































































































































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