Cantineras militares, mujeres de armas tomar
Bajo su atavío femenino, y casi siempre pobre, latían corazones llenos de valor y de abnegación. Las cantineras eran la verdadera flor de los campos de batalla para los ejércitos de aquella época, y por
El poder de Napoleón se hallaba en su apogeo
allá por el año 1807, y toda la Europa continental estaba supeditada a
su voluntad. En el mes de julio de ese mismo año hizo anunciar al
Gobierno español su decisión de enviar a Portugal un contingente francés
para obligar a dicha nación a cerrar sus puertos a los ingleses y
expulsarlos de sus fronteras. Comenzaron entonces las conversaciones con
Godoy que dieron como resultado el infame tratado de Fontaineblau
firmado el 27 de octubre, en el que se estipulaba que Godoy recibiría el
Principado de los Algarbes y a Carlos IV se le otorgaba el pomposo
dictado de Emperador de las Américas. Éste, en cambio, se comprometía a
mantener y alimentar a los soldados galos destinados a la ocupación de
Portugal, permitiendo su paso por territorio español.
No vieron o no quisieron ver nuestros gobernantes la estratagema, el
deseo vehemente de Bonaparte de ocupar así la Península Ibérica. Sesenta
mil soldados se agolparon súbitamente sobre los Pirineos, prontos a
cruzar la frontera y penetrar en el corazón de nuestra desventurada
patria sin pegar un solo tiro.
Al año siguiente, en 1808, los españoles
comenzaron a manifestarse en muchas ciudades contra los franceses y en
distintas fechas. En León, concretamente, hubo un manifiesto el 24 de
abril de dicho año, tres meses antes de que las tropas francesas
llegaran realmente a la capital, donde penetraron por el barrio
extramuros de San Lorenzo.
A Napoleón siempre le acompañaban en sus campañas las cantineras, que
además de suministrar víveres a los soldados, les servían de consuelo
moral o ejercían de útiles enfermeras, además de su «biblioteca
portátil». Según cuentan, el amor a los libros de este arrasador de
naciones y empedernido «bibliómano» era tal, que se hizo construir una
gran y completa biblioteca portátil. Constaba de un millar de libros que
no superaban los diez centímetros de largo por seis de ancho, para
facilitar así el traslado. Comprendía cuarenta volúmenes de materias
religiosas, cuarenta de poesía épica, cuarenta de obras dramáticas,
sesenta de versos, sesenta de historia, cien de novelas y los restantes
de memorias históricas. Siempre que Bonaparte proyectaba una campaña
dirigía instrucciones a su bibliotecario, un tal Barbier, encargándole
libros que pudieran tener relación con aquélla, así como planos y
documentos históricos sobre las mismas. Pero a pesar de la multitud de
libros que solicitó sobre España, ello no impidió que Napoleón perdiera
la guerra.
Un barril por bandolera
Cuando el 1 de enero de 1809, precedido el día antes por el mariscal
Bessières, entró Napoleón en Astorga viniendo por Valderas y Benavente,
pasó revista a casi setenta mil soldados y jinetes, formando también un
pequeño grupo de mujeres, las famosas cantineras. Luego se retiró a su
tienda de campaña, donde ya habían instalado su biblioteca, debido al
mal tiempo y para que descansaran las tropas y reagruparlas, según
narran las crónicas. Horas antes de llegar el emperador galo, la ciudad
de Astorga había sido abandonada por las tropas del marqués de la Romana
y las inglesas del general Moore, de camino hacia La Coruña.
Las cantineras son personajes poco conocidos, típicas de los ejércitos
de antaño, una reminiscencia del pasado con su falda corta y el
barrilito colgando de la bandolera. Habían surgido en una época
romántica. La cantinera uniformada y formando en filas, verdadera flor
de los campos de batalla, fue exotismo pasajero. Los españoles lo
habíamos tomado de los franceses, con quienes alcanzaron gran
popularidad desde la época de Napoleón. En tiempos de guerra seguían a
los ejércitos con una pequeña cantina ambulante, despachando bebidas o
comestibles a los soldados. Sin ningún distintivo especial, vestían al
igual que cualquier mujer del pueblo, como podemos apreciar en la
iconografía que ilustra este reportaje, y normalmente llevaban sus
provisiones en un gran cesto colgado al brazo, o cuando más en un
carricoche destartalado, del que tiraba un mísero rocín. Sin embargo,
bajo su humilde apariencia, latían corazones llenos de patriotismo y
valor. En algunas provincias se llegaron a crear las «compañías de
mujeres» bajo la advocación de Santa Bárbara, con el deber de auxiliar a
la guarnición, socorriendo a los heridos y repartiendo provisiones.
La dama de La Cándana
Napoleón condecoró a gran cantidad de ellas como recompensa a su
comportamiento en el campo de batalla, honra para la clase de las
cantineras. Así Teresa Fromageot, herida mientras daba de beber a los
soldados que habían quedado lisiados. Catalina Rohmer, que asistió al
sitio de Zaragoza y fue también herida. María Bourane, salvadora de un
soldado que se ahogaba en otra batalla. Hay que destacar igualmente a
las esposas de algunos arrieros maragatos, que ejercieron de cantineras
ayudando a los ejércitos españoles y a las guerrillas en las contiendas
habidas contra los franceses al paso por nuestra agreste y montañosa
provincia. No hay que olvidar el servicio que los arrieros maragatos han
prestado siempre al Estado y a la Corona. Podemos señalar como
cantineras maragatas que destacaron en esa guerra, según fuente
particular, a Trinidad Botas, de Castrillo de los Polvazares, Manuela
Salvadores, de Santa Colomba, o Juana Calvo, de Rabanal. No nos hemos de
olvidar de Amalia Alonso, conocida por la Dama de la Cándana,
admiradora de su heroína, la Dama de Arintero. Amalia nació en un lugar
del valle del Curueño allá por el año 1770, posiblemente en la Cándana.
Era buhonera de profesión y en un pequeño y destartalado carromato,
tirado por una mula flaca, recorría todos los pueblos del valle. Tendría
unos 40 años cuando se enroló como cantinera al servicio de la
guerrilla que luchaba contra el ejército galo. Se alistó al lado del
famoso guerrillero fray Juan de Deliva, de sobrenombre el Capuchino ,
que actuaba por León y era correligionario del afamado Empecinado .
En años posteriores, y en recuerdo de los servicios prestados por tan
heroicas mujeres, no sólo como abastecedoras, sino como excelentes
auxiliares en la cura y socorro de los heridos, se les dio un carácter
militar. Como uniforme se les asignó un traje casi masculino con falda
corta y pantalón. Con el fin de evitar escándalos, se exigía que la
cantinera fuese casada, y matrimoniada con militar. Se prefería a la
mujer de un soldado raso, de un corneta o de un tambor. Además, estaba
sometida al reglamento y tenía puesto en filas, detrás de la banda de
tambores en las grandes revistas y detrás de la última compañía de su
batallón en los desfiles y marchas.
Sirvo a una dama
Aquellas cantineras jóvenes, bonitas las más, se ofendían cuando se les
recordaba su sexo o a sus hijos, pues no reconocían otra familia que su
regimiento. España las introdujo con éxito en la guerra de África. Su
uniforme consistía en sombrero embreado con largas cintas, pantalón como
el de la tropa, falda corta, cubierta por delante con un pequeño
delantal y corpiño de corte militar. Fortuny supo pintarlas, con hermoso
detalle, en el magnífico boceto de la batalla de Wad-Ras. Los
periódicos de la época dedicaron especiales elogios a la heroica
cantinera de los cazadores de Baza, llamada Ignacia Martínez, que salvó
la vida de muchos soldados con riesgo de la propia. Después de haber
estado en la guerra siete años, con el ejército del Norte, no quiso
abandonar la vida del campamento y siguió toda la campaña de Marruecos.
Cuando en los primeros años del siglo XX desaparecieron las cantineras,
ya no eran más que las honradas mujeres de los cantineros; esto es, del
cabo de tambores o del viejo sargento reenganchado, que para ayudarse un
poco establecían una cantina en el cuartel, previa autorización de sus
jefes y mediante el pago de cierta cantidad al regimiento que utilizaba
la diminuta tiendecilla. En los ejércitos de Ultramar, nuestras tropas
también iban seguidas de las cantineras, y algunas se embarcaron
voluntarias hacia aquellas lejanas colonias que acabamos por perder.
¿Cuál era el arma que usaban las cantineras? Desde luego, la navaja, que
además de ser objeto familiar y popular en la vida de los españoles,
resultaba fácil de camuflar y esconder. Esta arma fue una de las más
usadas contra los franceses en la confrontación bélica iniciada en 1808.
Fueron muchos los soldados del país invasor que perdieron la vida
merced a las navajas empuñadas por las cantineras, que preferían a
cualquier otra arma por lo fácil de llevar en cualquier parte de su
indumentaria. Cortaban las cinchas de las cabalgaduras de los caballos, y
una ver derribados eran degollados. Se cuenta que en la hoja de la
navaja de estas valientes mujeres aparecía la inscripción: Sirvo a una
dama, la defenderé con la ayuda de Dios . Y es que las mujeres sencillas
del pueblo, aquellas cerilleras, floristas, aguadoras o vendedoras
ambulantes de otras épocas, confiaban su defensa en la navaja que
solapada y dormida entre los pliegues de su ropa, las infundía confianza
y tranquilidad.
Entre la historia y la leyenda, así fue el heroísmo, sin escatimar
sacrificios ni regatear valor de las cantineras, empeñadas en la lucha
por las libertades contra las tropas de Napoleón. Luego se acabó lo
nacional, y para bien o para mal, vendrían las dos Españas.
LAS CANTINERAS EN HISPANOAMERICA
Cantinera fue el nombre que recibió en Chile aquella mujer que acompañó al ejército de dicho país en campaña durante el siglo XIX en calidad de enfermera «autorizada oficialmente por el gobierno chileno para marchar junto a un regimiento», llevando a cabo labores domésticas, humanitarias y sanitarias.
Pese a que hubo cientos de voluntarias dispuestas a ir al frente junto con sus esposos, hijos o amantes, la cantinera debía ser soltera, de «moralidad reconocida» y «probadas buenas costumbres».
Pese a que hubo cientos de voluntarias dispuestas a ir al frente junto con sus esposos, hijos o amantes, la cantinera debía ser soltera, de «moralidad reconocida» y «probadas buenas costumbres».
El término «cantinera» proviene de la voz «cantina», que en jerga
militar de la época implicaba «desde una pequeña tienda de comestibles
[hasta brindar al soldado convaleciente] una alimentación especial o
prestar ayuda en los más diversos problemas que el soldado enfrentaba»
En Chile, el origen de la cantinera se remonta a la segunda mitad de la década de 1830. En la guerra que enfrentó a Chile con la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839), destacó Candelaria Pérez, quien se enroló en el Batallón Carampangue y llegó incluso a obtener el grado militar de sargento por su «espíritu y valentía»1 en el asalto al cerro Pan de Azúcar durante la batalla de Yungay (20 de enero de 1839):

Acuarela de Charles C. Wood Taylor describiendo el ataque de las tropas chilenas al cerro Pan de Azúcar en la batalla de Yungay.
En Chile, el origen de la cantinera se remonta a la segunda mitad de la década de 1830. En la guerra que enfrentó a Chile con la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839), destacó Candelaria Pérez, quien se enroló en el Batallón Carampangue y llegó incluso a obtener el grado militar de sargento por su «espíritu y valentía»1 en el asalto al cerro Pan de Azúcar durante la batalla de Yungay (20 de enero de 1839):
El episodio más notable de la batalla fue el asalto de una formidable posición enemiga, situada en la cumbre de un cerro que por su forma se llama Pan de Azúcar [...] En el asalto de Pan de Azúcar se distinguió entre los soldados más valientes una mujer llamada Candelaria Pérez, que hizo toda la campaña del Perú peleando atrevidamente en las batallas, soportando con alegría las privaciones i sirviendo con abnegación a los heridos i los enfermos. En recompensa de sus servicios i su valor, el Jeneral Búlnes le dio el grado de Sarjento i desde entonces fué conocida en Chile con el nombre de la Sarjento Candelaria.Iniciada por la sargento Candelaria Pérez, la institución de las cantineras continuó en la Guerra del Pacífico.
Valdés Vergara, Francisco (1989). Historia de Chile para la Enseñanza Primaria. 2.ª edición. Valparaíso: Imprenta del Universo (ortografía original).
En la Guerra del Pacífico
Fue en la Guerra del Pacífico (1879-1883) cuando se produjo el mayor número de cantineras.Pese a que el gobierno chileno decretó la prohibición de que las mujeres acompañaran al ejército en campaña, el 1 de agosto de 1879 el capitán Rafael Poblete aceptó admitirlas puesto que auxiliaban «como vivanderas [...], prestando al mismo tiempo sus servicios en la enfermería [, decretándose] que cada regimiento podría ser acompañado de dos cantineras».3 En la práctica, sin embargo, cada compañía tenía de una a cuatro mujeres que suplían lo que serían actualmente los distintos aspectos de la logística.
La mayoría de ellas provenía de los estratos medio-bajo y bajo de los centros urbanos, como Santiago y Valparaíso, y recibían el mismo sueldo y vestían el mismo uniforme —aunque llevando faldas— que un soldado. En junio de 1881, era ya tan importante el papel que desempeñaban en la guerra que en Valparaíso apareció el periódico La Cantinera, donde algunas mujeres escribieron sobre su labor en el frente:
Con el alma henchida de entusiasmo vengo a luchar las luchas de la prensa. He concluido mi misión en los campos de batalla, he acompañado a los valientes rotos en sus más duras tareas. Cuando cansados y sedientos elevaban los ojos al cielo en demanda de auxilio, ahí llegaba yo con mi cantimplora repleta a apagar su sed, a enjugar el sudor de su noble frente y a fortalecer su espíritu. Muchas veces en presencia de los enemigos, cargué también un rifle, y haciendo fuego sin cesar, más de un cuico, más de un cholo cayó muerto a mis pies. Siempre mi único anhelo fue ser consuelo y ser fortaleza. Con la extinción del último baluarte enemigo, concluyó mi misión.
[...] llovían las balas y esas patriotas mujeres, sin temor ninguno, confortaban, curaban y ayudaban a bien morir a los que la mala suerte enviaba a pasar la última revista; y sin esperar galardón, ni premio alguno, cumplían estrictamente con su deber. ¡Ah!, esas camaradas como nadie cumplieron con su misión.
Hola¡¡¡ Mi nombre es Pedro Blasco. Estoy escribiendo sobre las mujeres en el Desastre del Rio y querría saber si me puedo poner en contacto contigo para poder ampliar mi lista de candidatas. Mi correo es pericoblasco@hotmail.com. Gracias
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