SOLDADERAS, MUEJERES DE ARMAS TOMAR
'Sin las soldaderas no hay Revolución Mexicana; ellas la mantuvieron viva y fecunda, como la tierra y la alimentaron a lo largo de los años' Elena Poniatowska
MÉXICO.-Junto a las
grandes tropas de Francisco Villa, Emiliano Zapata y Venustiano Carranza, más
de mil 900 líderes lucharon en bandas rebeldes y una multitud anónima de
mujeres conocidas como las soldaderas, cuyo papel en la lucha armada de la
Revolución Mexicana fue fundamental.
“Al parecer telón de fondo, sólo hacen bulto, pero sin ellas los soldados no hubieran comido ni dormido ni peleado”, afirma la escritora mexicana Elena Poniatowska en su ensayo Las soldaderas.
Eran cocineras, lavanderas, enfermeras, madres y esposas, “que sin ninguna debilidad comparada con la fuerza del hombre fueron destinadas a entrar a un rango que no conocían más que por palabras y hechos que se presentaban ante sus ojos. Ahora no sólo el sentido de la vista se unió a la causa revolucionaria, ahora se enfrentaban enteramente, con coraje, fuerza y sensibilidad”, anota la investigadora Katya Maldonado Tovilla.
Compromiso familiar
Un dato sobre el que esta historiadora llama la atención es el compromiso de estas mujeres hacia su familia, esposos e hijos. En su libro México Insurgente, el periodista estadounidense John Reed cuenta que le preguntó a una soldadera por qué peleaba con los ejércitos de Pancho Villa. Ella señaló a su hombre y dijo: “Porque él lo está haciendo”. Otra mujer le cuestionó a su esposo por qué tenía que ir a pelear por Francisco “Pancho” Madero cuando estaba embarazada, a lo que él contestó: “Entonces, ¿me moriré de hambre? ¿Quién más me va a hacer mis tortillas si no mi mujer?”.
“Las soldaderas eran parte fundamental de las familias mexicanas que se unieron al ejército revolucionario; ellas daban fuerza al marido y a los hijos, los protegía de las enfermedades, preparaba los alimentos”, señala Maldonado Tovilla.
Esta investigadora relata que “la soldadera típica llevaba una canasta para alimentos que contenían un mantel, platos decorativos y flores, al tiempo que contendía con otra mujer para vender alimentos y prepararlos. Algunas soldaderas llegaron a robar lo que podían para vender a otros soldados y alimentar a su familia. Todo esto sucedía durante los descansos oficiales de batalla, es decir, durante las horas de siesta; las soldaderas que iban con los federales les llevaban alimentos y café, y en ocasiones a sus hijos, hasta las trincheras, donde grupos familiares platicaban, fumaban, comían y disfrutaban el hecho de estar juntos, pero poniendo su vida en peligro”.
Las soldaderas ejercían también como enfermeras, recogían a los malheridos y enterraban a los muertos.
Contrabandistas y espías
Pero más allá de limitarse a cuidar de la familia, las mujeres soldaderas también cuidaban que la pólvora no se mojara, preparaban las cartucheras para la hora de batalla, algunas de ellas actuaban como contrabandistas de armas y municiones entre la frontera de México y Estados Unidos. “A menudo, por las noches, cuando los soldados dormían, ellas disparaban como viéndose poderosas ante ellos, sintiendo la pasión de la batalla y esperando un futuro mejor”, según Maldonado Tovilla.
Además, estas mujeres hacían tareas de espionaje e intercambio de información confidencial.
“Sin las soldaderas no hay Revolución Mexicana -dice Poniatowska-; ellas la mantuvieron viva y fecunda, como la tierra, las enviaban por delante a recoger leña y a prender la lumbre, y la alimentaron a lo largo de los años. Sin las soldaderas los hombres llevados de la leva hubieran desertado”.
Fue tan extendida su presencia en los ejércitos, que los mandos superiores del Ejército Villista dictaron órdenes para eliminarla o al menos restringirla, porque juzgaban que los contingentes de mujeres entorpecían la marcha de la tropa y causaban desorden entre los soldados.
“De hecho, Villa concibió a sus dorados como una fuerza de caballería exclusivamente masculina. ‘Soldados no permitan mujeres en la batalla’. Un oficial trató de llevar a su soldadera y Villa lo fusiló: ‘Ésta es mi advertencia para los demás’”, escribe la autora de Las soldaderas.
Esta obra es rica en referencias literarias y remite a diferentes investigaciones históricas sobre el tema en cuestión. La misma Elena Poniatowska hace referencia en su ensayo a la soldadera Jesusa Palancares, protagonista de su novela Hasta no verte Jesús mío, surgida a raíz de una larga entrevista realizada en 1967 a una soldadera de la Revolución Mexicana: Josefina Bórquez (o Jesusa Palancares).
“Al parecer telón de fondo, sólo hacen bulto, pero sin ellas los soldados no hubieran comido ni dormido ni peleado”, afirma la escritora mexicana Elena Poniatowska en su ensayo Las soldaderas.
Eran cocineras, lavanderas, enfermeras, madres y esposas, “que sin ninguna debilidad comparada con la fuerza del hombre fueron destinadas a entrar a un rango que no conocían más que por palabras y hechos que se presentaban ante sus ojos. Ahora no sólo el sentido de la vista se unió a la causa revolucionaria, ahora se enfrentaban enteramente, con coraje, fuerza y sensibilidad”, anota la investigadora Katya Maldonado Tovilla.
Compromiso familiar
Un dato sobre el que esta historiadora llama la atención es el compromiso de estas mujeres hacia su familia, esposos e hijos. En su libro México Insurgente, el periodista estadounidense John Reed cuenta que le preguntó a una soldadera por qué peleaba con los ejércitos de Pancho Villa. Ella señaló a su hombre y dijo: “Porque él lo está haciendo”. Otra mujer le cuestionó a su esposo por qué tenía que ir a pelear por Francisco “Pancho” Madero cuando estaba embarazada, a lo que él contestó: “Entonces, ¿me moriré de hambre? ¿Quién más me va a hacer mis tortillas si no mi mujer?”.
“Las soldaderas eran parte fundamental de las familias mexicanas que se unieron al ejército revolucionario; ellas daban fuerza al marido y a los hijos, los protegía de las enfermedades, preparaba los alimentos”, señala Maldonado Tovilla.
Esta investigadora relata que “la soldadera típica llevaba una canasta para alimentos que contenían un mantel, platos decorativos y flores, al tiempo que contendía con otra mujer para vender alimentos y prepararlos. Algunas soldaderas llegaron a robar lo que podían para vender a otros soldados y alimentar a su familia. Todo esto sucedía durante los descansos oficiales de batalla, es decir, durante las horas de siesta; las soldaderas que iban con los federales les llevaban alimentos y café, y en ocasiones a sus hijos, hasta las trincheras, donde grupos familiares platicaban, fumaban, comían y disfrutaban el hecho de estar juntos, pero poniendo su vida en peligro”.
Las soldaderas ejercían también como enfermeras, recogían a los malheridos y enterraban a los muertos.
Contrabandistas y espías
Pero más allá de limitarse a cuidar de la familia, las mujeres soldaderas también cuidaban que la pólvora no se mojara, preparaban las cartucheras para la hora de batalla, algunas de ellas actuaban como contrabandistas de armas y municiones entre la frontera de México y Estados Unidos. “A menudo, por las noches, cuando los soldados dormían, ellas disparaban como viéndose poderosas ante ellos, sintiendo la pasión de la batalla y esperando un futuro mejor”, según Maldonado Tovilla.
Además, estas mujeres hacían tareas de espionaje e intercambio de información confidencial.
“Sin las soldaderas no hay Revolución Mexicana -dice Poniatowska-; ellas la mantuvieron viva y fecunda, como la tierra, las enviaban por delante a recoger leña y a prender la lumbre, y la alimentaron a lo largo de los años. Sin las soldaderas los hombres llevados de la leva hubieran desertado”.
Fue tan extendida su presencia en los ejércitos, que los mandos superiores del Ejército Villista dictaron órdenes para eliminarla o al menos restringirla, porque juzgaban que los contingentes de mujeres entorpecían la marcha de la tropa y causaban desorden entre los soldados.
“De hecho, Villa concibió a sus dorados como una fuerza de caballería exclusivamente masculina. ‘Soldados no permitan mujeres en la batalla’. Un oficial trató de llevar a su soldadera y Villa lo fusiló: ‘Ésta es mi advertencia para los demás’”, escribe la autora de Las soldaderas.
Esta obra es rica en referencias literarias y remite a diferentes investigaciones históricas sobre el tema en cuestión. La misma Elena Poniatowska hace referencia en su ensayo a la soldadera Jesusa Palancares, protagonista de su novela Hasta no verte Jesús mío, surgida a raíz de una larga entrevista realizada en 1967 a una soldadera de la Revolución Mexicana: Josefina Bórquez (o Jesusa Palancares).
“Josefina Bórquez, en su informe para Hasta no verte Jesús mío, afirma que Emiliano Zapata era muy bueno con las mujeres, y para demostrarlo cuenta cómo ella y cuatro casadas fueron detenidas en Guerrero -nidada de zapatistas-, entre Agua del Perro y Tierra Colorada. Los zapatistas les salieron al encuentro. Se las entregaron al general Zapata en persona. Él les preguntó si tenían ametralladoras y Josefina respondió que no a todas sus preguntas. Zapata la tranquilizó: ‘Bueno, pues aquí van a andar con nosotros mientras llegue su destacamento”, narra Poniatowska en Las soldaderas.
En palabras de la autora de títulos como La noche de Tlatelolco y La piel del cielo, el caso de las soldaderas, villistas y mujeres zapatistas, y el protagonismo que tuvieron en la Revolución Mexicana, ha sido poco divulgado por la historia oficial. “Resultan casi míticos estos personajes, sólo se les conoce por los corridos y por los archivos fotográficos. Y son parte importante de la historia”.
Katya Maldonado Tovilla critica que “cada año, en las celebraciones de la lucha revolucionaria, sólo presentan a la mujer del hombre, no a la mujer independiente y luchadora, no a la mujer fuerte y sin temores. María Quinteras, Clara Ramos, María de la Luz, Clara de la Rocha y Ángela Giménez, sólo por mencionar algunas, dejaron una huella en el legado mexicano. Es injusto que hasta el día de hoy no se les reconozca ni un poco de lo que hicieron. Se puede afirmar que no fue nada fácil, sufrieron insultos, violaciones, abusos y golpes sin ninguna razón”.
A. Martín
Homenaje artístico
A través de las 36 piezas de diferentes creadores del país que integran la exposición Imágenes de las mujeres en la Revolución Mexicana, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) buscan revalorizar a la figura femenina en la lucha armada mediante la reinterpretación artística de sus distintos roles y facetas.
La muestra exhibida en el Salón de la Plástica Mexicana de la capital del país hasta finales de este mes demuestra en las obras pictóricas, fotográficas y escultóricas que la conforman que “la mujer no fue una simple criada o abnegada soldadera”, de acuerdo con los organizadores.
“En esta ocasión, las artes plásticas recrean la presencia de la mujer durante y después de la Revolución Mexicana con el objetivo de construir un discurso que revalorice el papel que jugaron las mujeres para lograr la victoria y después reconstruir un nuevo México”, manifiesta Cecilia Santacruz, directora del Salón de la Plástica Mexicana.
Reconocidos artistas como Alfredo Zalce, Celso Zubire, Froylán Ruiz, Luz María Solloa, Guillermina Dulché, Miriam de la Riva, Luis Arenal, Lourdes Alanis, Mauricio García Vega y Daiel Manrique participan en esta exposición en la que también se pueden apreciar diversas técnicas: mixta sobre tela, óleo sobre fibracel, linografía, acrílico sobre tela, grafito, grabado en linóleo o impresiones digitales.
Entre las piezas expuestas, destaca por su calidad y antigüedad La soldadera, un grabado en linóleo realizado en 1940 por Alfredo Zalce, uno de los artistas fundadores del Salón de la Plástica Mexicana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario