Maria Pita: la gallega irreductible que humilló al enemigo más pérfido de la historia de España
Recordamos la historia de una joven que, con su arrojo en batalla, ayudó a expulsar a la contra armada inglesa en 1589
Actualizado:2Pasó a la historia como María Pita, aunque realmente se llamaba Mayor Fernández de la Cámara y Pita. Y todo, por culpa de un error burocrático. Pero poco importa si su nombre era real o no. Lo verdaderamente destacable es que esta heroína logró, allá por 1589, enardecer los ánimos de los soldados españoles afincados en La Coruña para que siguieran combatiendo a la inmensa flota del infame corsario Drake. Una armada enviada por potestad de la Pérfida Albión para tomar la ciudad y acabar, ya de paso, con los restos de la «Grande y Felicísima Armada» que había en su puerto.
Sin embargo, con lo que no esperaban encontrarse los hombres de Inglaterra era con esta mujer. Una heroína que, tras acabar con la vida de un alférez enemigo, se lanzó a la contienda enarbolando la bandera que éste había dejado caer.
Contra armada
Hablar de María Pita obliga a retroceder en el tiempo hasta 1589. Tal solo un año después de que los sueños de Felipe II -ansioso por conquistar la Pérfida Albión- se fueran a pique junto a su «Grande y Felicísima Armada» (irónicamente llamada «Invencible» por los inglesuzos). Por entonces la situación no podía ser más idónea para los súbditos de Isabel I ya que -tormenta por aquí y brulote por allá) habían logrado quitarse de encima sin mayores disgustos a la que prometía ser la flota que tomaría por las bravas sus «islands». «Very good», que debieron decir.Sin embargo, parece que no les fue suficiente disfrutar del desastre hispano mientras tomaban un rico té en las playas pues -ávidos de venganza- los «british» decidieron organizar una flota con la que acabar con los renqueantes restos de nuestros buques. Unos navíos que (sin viento en la popa ni a toda vela, sino más bien luchando contra todo tipo de contrariedades) habían logrado refugiarse en los puertos peninsulares para no ser cañoneados.
Así lo afirma el fallecido historiador militar Cesáreo Fernández Duro en su extensísima obra « Historia de la Armada Española (desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón)»: «La reina Isabel […] pensó en evitar segunda acometida de las escuadras de España buscando a D. Felipe ocupación en sus Estados y alejando del propio país el teatro de la guerra». La doctora María del Carmen Saavedra Vázquez (licenciada en Historia con premio extraordinario) es de la misma opinión en su dossier « María Pita y la defensa de La Coruña en 1589». En este texto señala que «la documentación inglesa de la época prueba que, desde la perspectiva real, la prioridad del viaje era destruir los barcos españoles refugiados en los puertos cantábricos».
En definitiva, que los «british» venían con ganas de revancha. Pero lo que no sabían es que tierras gallegas les esperaban las tropas españolas y una heroína que no estaba dispuesta a que ningún «casacón» pusiera sus inglesas posaderas en sus tierras. Todo un respiro para el ya malogrado Felipe II, que había pasado de ver como sus tropas daban buena cuenta de los infieles en Lepanto, a tener que tragarse con una buena dosis de salsa inglesa una de las mayores derrotas de su vida.
Hacia España
Francis Drake, educado en la marina bajo el paraguas de sir Jhon Hawkins, fue el encargado de llevar a puerto (y nunca mejor dicho) el plan de su graciosa majestad Isabel I. El pirata (corsario más bien, pues es lo que tiene recibir el beneplácito de la reina para dar guerra a los españoles) partió de la base de Plymouth el 13 de abril con entre 125 y 200 naves, y unos 23.000 hombres (aunque las fuentes varían en este punto). Fernández Duro, por ejemplo, cifra aquella flota en un total de «150 velas y 23.375 hombres», mientras que Isabel Valcárcel (autora de « Mujeres de armas tomar») determina que eran «126 naves» y 23.000 hombres «entre oficiales, marineros, soldados, comerciantes...».Independientemente de las cifras concretas (militar arriba, barco abajo) en lo que sí coinciden todas las fuentes es en el elenco de personalidades que se acreditaron ansiosas de dar una lección definitiva a los nuestros. «En la nave almiranta, la “Revenge”, se encontraban dos prestigiosos generales: Sir Francis Drake y sir John Norris. El primero, máximo jefe de la Armada. El segundo, jefe de las tropas de desembarco. Los acompañaban los generales Walter Devereux y sir Edward Norris, encargados de la caballería y la artillería, respectivamente», determina en su obra Valcárcel. La orden estaba clara: dar toda la guerra que pudieran por mar y tierra a los destrozados restos de la «Grande y Felicísima Armada».
Junto a ellos, por si fuera poco, también partía Don Antonio, prior de Crato. Para aquellos a los que no les suene este nombre, basta decir que su objetivo era cruzar a Portugal a través del Miño para, posteriormente, instigar un levantamiento armado de los lusos contra su entonces rey, Felipe II. Así lo señala Duro en su obra, donde especifica que la intención inglesa era ayudar a «Crato a recobrar el reino de Portugal si la opinión pública le era favorable» y que, para ello, llevaban en sus bodegas «armas y monturas con que poner en pie de guerra a sus partidarios». En resumidas cuentas. Si los «lords» desembarcaban, una parte de los reinos de Felipe II podrían irse al infierno. Pintaban poco rojigualdas las cosas, vaya.
Pero... ¿Por qué los ingleses eligieron La Coruña para su ataque? A día de hoy esta cuestión es discutida por los autores. Fernández Duro es de la opinión de dirigieron sus bajeles hasta dichas costas debido a que creían erróneamente que se iban a reunir allí «200 naves con víveres, municiones, cables y pertrechos en preparación de segunda jornada a Inglaterra». Es decir, que España estaba preparando un nuevo ataque contra las costas inglesas en tierras gallegas. Además, el corsario iba con la idea en la mente de que en la plaza se habían guardado (en pago por ello) «cinco millones en oro», en palabras del escritor. Andaban bastante desencaminados, la verdad.
En todo caso, la ciudad no solo contaba con hombres deseosos de defender sus tierras, sino que los muros de La Coruña también guardaban un tesoro mayor: cientos de mujeres que, durante la resistencia, llevaron pan y agua a los defensores para que no abandonaran sus puestos. Y entre todas ellas se encontraba una que tendría -si cabe- una relevancia todavía más especial: María Pita.
Combate
En mayo Drake y su armada llamaron a las puertas de La Coruña. Las velas inglesas se avistaron en la noche del 3 y el 4. Con todo, nadie podía suponer que venían con intenciones de arrasar la ciudad. Por ello, Don Juan Pacheco (capitán general de Galicia) ordenó enviar dos galeras para averiguar las intenciones de aquella flota.Todavía mantenía ilusiones, el hombre, de que los ingleses se acercasen solo a saludar. Para su desgracia, quedó claro que venían buscando camorra cuando trataron de cañonear aquellos pequeños navíos. Así narra Valcárcel lo acaecido: «Salen las galeras “Diana” y “Princesa”. Desde una de ellas se lanza una andanada sin carga para cerciorarse del carácter de semejante visita. La respuesta: una bomba con carga, no deja lugar a dudas».
Animado por el ingente número de combatientes que dirigía, Drake ordenó desembarcar ese mismo día a 10.000 de sus hombres en 14 lanchones para ir tomando posiciones. Su avance fue ralentizado por los cañonazos de los buques españoles que defendían la ciudad (apenas una nao, dos galeras y un galeón), pero finalmente lograron llegar a tierra.
En las horas posteriores los asaltantes tomaron el barrio de la Pescadería, ubicado fuera de los muros de la ciudad, acabando con la vida de 70 defensores. La victoria fue de importancia, pues gracias a ella capturaron la artillería del Galeón español San Bernardo, que estaba siendo reparado al comenzar el asedio. Apenas dos jornadas después los ingleses solicitaron a los defensores (unos 1.500) que se rindiesen. Pero la respuesta española fue una negativa acompañada de una salva de cañón.
Valiente Pita
Tras haber intentado penetrar en la ciudad mediante escalas (y haber fallado brutalmente, dicho sea todo) los ingleses decidieron dejarse de minucias y llamar a la puerta por las bravas. De esta guisa, no se les pasó otra cosa por la mollera que hacer estallar una mina en una zona del muro cercana al convento de Santo Domingo.El explosivo no logró abrir una abertura en el muro, aunque sí lo dejó considerablemente dañado. «Desde ese momento los esfuerzos coruñeses se dirigen a reparar el muro. Tarea en la que tomarán parte activa las mujeres e incluso los niños», añade Saavedra. El fallo, con todo, no amedrentó a los de la reina, quienes se propusieron volver a hacer saltar por los aires las defensas con una nueva carga de demolición.
El día 14 fue el peor, pues era en el que estaba planeado el asalto final inglés. El estallido no se hizo esperar, y después de que saltara por los aires la muralla, la infantería británica cargó por la abertura. Los españoles les recibieron con una salva de arcabuz en primer lugar, y las pertinentes picas después. Todo ello, acompañado a coro por un sin fin de baterías de cañones que bramaban balas contra los enemigos. Sangre y muerte y por aquí y por allá. Por la reina y por venganza unos, y por el rey y por salvar su tierra otros.
El paso de las horas trajo consigo un cansancio increíble para ambos bandos. «Cuando estaban exhaustos unos y otros, un alférez inglés alentó a sus hombres a seguirlo. Sacó fuerzas de flaqueza y cruzó la muralla derruida portando la bandera de su regimiento», añade la autora de «Mujeres de armas tomar». Casi como si les hubiesen insuflado una última bocanada de odio contra España, los «british» volvieron a alzar sus armas y cargaron contra el hueco de la muralla (más grande si cabe por la artillería). Aquella tierra sería suya demonio. O «demon». O cómo puñetas se dijese en su idioma.
Cuenta la historia (que no la leyenda) que, cuando la marabunta inglesa se disponía a entrar en la urbe, hubo una figura que logró detenerles: la de una valerosa mujer que, durante el asedio, había visto morir a su marido. En palabras de Valcárcel, esta chica (que ha pasado a la historia como María Pita) mató al alférez, le arrebató su bandera y la alzó por encima de su cabeza para llamar al combate (y dar ánimos) a sus compañeros. Existen varias versiones sobre cómo llevó a cabo esta gesta, aunque las más extendidas fueron que lo logró de una pedrada, o que lo hizo con su mismísima espada.
Los ingleses, chovinistas ellos como los que más, elaboraron su propia versión del asalto. Así, y solo como ejemplo, en el diario de Antonnie Winkfield se dijo que el fracaso se produjo debido a la inexperiencia de los combatientes británicos, versados únicamente en el arte de darse de mamporros en el mar, pero que poco sabían del asalto a una posición terrestre.
Grave error
La historia de esta heroína habría quedado olvidada de no ser porque, tras el asedio, se elevaron multitud de peticiones al monarca para que encumbrara la figura de la súbdita. Una mujer de esas de armas tomar (literalmente).Así lo afirma Valcárcel, quien añade también que María Pita se llamaba realmente Mayor Fernández de Cámara Pita. «La confusión de llamarla María Pita surgió cuando un fraile administró la extremación a la hermana menor [de esta], que se llamaba María Pita, y que falleció en La Coruña en 1638. El padre Santamaría, que así se llamaba el fraile, la tomó por Mayor Fernández, y la describió como una “gigantona”. Si su hermana se le parecía físicamente, es probable que también fuese una moza grande y, posiblemente, atractiva», determina.
La historia de Mayor Fernández de Cámara Pita está rodeada, desde su mismo comienzo, de cierto misterio. Ejemplo de ello es que se desconoce la fecha exacta en la que vino al mundo. La mayoría de fuentes afirman que este importante suceso para la historia de España se produjo entre 1562 y 1568. Esta teoría es la que apoya Saavedra. Valcárcel, por su parte, es más concreta: «Si en 1589 a nuestra heroína se le supone una edad en torno a los 25 años, su nacimiento habría ocurrido en torno a 1564». Lo que sí se sabe es que su tierra natal fue La Coruña, y que su familia era humilde.
Viuda negra
Lo que sí está muy bien documentado son sus amoríos. Así, se sabe que su primer marido fue un tal Juan Alonso de Rois, quien no era precisamente marqués, sino carnicero de profesión en San Cristóbal das Viñas. «El oficio de carnicero era uno de los menos considerados en la escala social y seguía al de verdugo», añade Valcárcel. A pesar de ello, económicamente no le vino nada mal el enlace, pues con él tuvo una pequeña llamada María Alonso Pita y, de él, heredó «algunas tierras en San Cristóbal das Viñas y tres casas en La Coruña».Debía ser bien parecida nuestra Mayor Fernández, según afirman varias fuentes, pues el mismo año en el que su marido dejó este mundo, ella contrajo matrimonio con Gregorio de Rocamonde (también carnicero de profesión). Allá por noviembre de 1587. Con él vivía en la casa número 24 de la calle Herrerías (según determina el cronista decimonónico Andrés Martínez Salazar) cuando se sucedió el ataque del infame Drake. El asedio le salió caro a Pita, pues en él perdió nada menos que a su segundo esposo. Sin duda, un buen aliciente para combatir contra los invasores.
Tras la marcha de Drake, Pita volvió a casarse en 1589. Esta vez, sin embargo, con Sancho de Arratia (un capitán de infantería con el que alumbró a una hija). Pero la mala suerte volvió a atacarla, y tan solo seis años después se quedó viuda de nuevo. «En 1599 celebró su cuarto y último matrimonio con un funcionario de la Real Audiencia y socialmente hijodalgo, Gil Bermúdez de Figueroa, hombre de posibles con el que tuvo dos hijos», añade Valcárcel.
Este, no obstante, le impuso una curiosa norma para contraer matrimonio: no podría volver a casarse si él moría. La pena, en caso, contrario, sería perder su herencia.
Saavedra añade que, tras la muerte de su último marido (la cuál se sucedió en 1613) Pita se quedó viuda para siempre. Aunque eso sí, con bastantes riquezas para su clase social: «Se sabe que poseía algunas propiedades en Santiago de Sigrás, donde cultivaba pan y vino que vendía por pipas».
Según ha quedado registrado, Pita era mujer de armas tomar en el campo de batalla, y en los juzgados. Así lo demuestra el que protagonizara varios pleitos en su vida. El primero le granjeó dos años de destierro y el pago de una multa, y se dio después de que tratara de expulsar de su casa a un capitán (aunque posteriormente le dieron la razón concediéndole varias cédulas reales en su favor).
«El otro gran pleito en el que se vería envuelta esta heroína sería el relativo a la propiedad del coto de S. Pedro de Ledoño, iniciado por su marido Gil de Figueroa», añade Saavedra. El último lo perdió, y en él cargó contra un hombre que construyó un edificio en una propiedad que, según la mujer decía, era suyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario